Los documentales de Nacho Sánchez y Jorge Peña sobre el trabajo de cuatro artistas constituyen un viaje a las entrañas de la inspiración.
El juego de la supuesta representación de la realidad que consiste en meter una cámara de vídeo en el estudio de un artista, encierra, en realidad, algo de la lógica de los espejos: hay imágenes devueltas, pero éstas nunca regresan del mismo modo en que se reflejaron. Cierta anomalía llamada inspiración les afecta insobornablemente y, según una posible paráfrasis de Octavio Paz, los ojos de los artistas son la mejor crítica a los espejos. Los cuatro documentales rodados por los cineastas malagueños Nacho Sánchez y Jorge Peña sobre otros tantos artistas, presentados ayer en el Museo Picasso dentro del programa Málaga de Festival (MaF), son la mejor demostración de este primer párrafo. Metido como un intruso en el work in progress de Chema Lumbreras, José Medina Galeote, Javier Calleja y Plácido Romero, el proyecto se vistió de largo ayer, tal y como advirtió Sánchez (Peña no pudo desplazarse al acto), inacabado; pero es que nunca podría hacerlo de otra manera. ¿Cómo acabar una pieza documental que indaga en las entrañas de la inspiración? No existiría metraje suficiente: habría de ser, como el libro borgiano, un filme de arena.
Pero por el momento, y por si acaso, el total de las cuatro obras amparadas por la productora El Árbol Boca Abajo abarca unos 80 minutos de duración. Ayer, tras la proyección de las mismas, el Auditorio del Museo Picasso completó el envite con una mesa redonda que contó con Nacho Sánchez, los cuatro artistas protagonistas y el profesor y crítico Juan Francisco Rueda como moderador. Las tres primeras piezas cuentan con el guión y la dirección de Nacho Sánchez y husmean en los procesos imaginarios de tres creadores malagueños. Chema Lumbreras hace argumento de su experiencia y en el Tratado elemental de cocina desciende con la sencillez de los maestros a la misma naturaleza del arte, cuya definición vincula a la pasión: “No hay arte bueno ni arte malo, sólo arte, y para que sea arte debe estar hecho con pasión”. Lumbreras convierte la memoria en virtud y analiza sus primeros retos, su propia prefiguración como artista, su tardía epifanía al mercado, el modo en que las opiniones de los demás sobre sus obras han ido cambiando mientras su empeño se ha mantenido intacto, “por más que uno ya no tenga veinte años. Cuando tienes veinte años vas a por todas. Pero al final, como decía Tarkovski, es una cuestión de fe. Si tienes fe en lo que haces, llegas. Más cerca o más lejos, pero llegas”.
En Tratado de paz, Sánchez acompaña al antequerano José Medina Galeote durante las tres semanas en las que estuvo enclaustrado en el CAC Málaga en 2011 para la realización de una pintura mural que abarcó al completo una de las salas del centro. Aquí el artista abandona el caparazón del estudio y accede a trabajar en la intemperie de un medio externo. Pero el estudio vuelve a ser protagonista cuando Medina Galeote observa en su refugio las imágenes grabadas por Nacho Sánchez, incluidas las que narran cómo, tras la exposición, el mural fue recubierto por completo con pintura blanca. En su condición efímera el arte pervive, y el artista se sigue enfrentando solo a su monumentalidad.
Con el Tratado completo de soldadura Sánchez completa su tríptico de la mano de Javier Calleja y el arte como hallazgo que habla por sí solo. Jorge Peña cuenta desde Barcelona en El viaje de un hombre solo la humildad de Plácido Romero, su estudio como animal domado. Y su supervivencia.