Cuando Jorge Peña («Libertad negra», «Viaje de un hombre solo»), cineasta malagueño, es presa de un repentino ataque de vértigo en un globo aerostático, comienza a hilarse la narración para lo que acabará siendo su siguiente película: “Los Pájaros No Tienen Vértigo”. En un episodio de la serie “Louie” se hacía referencia a esa misma fobia; a la atracción y el pánico, por partes iguales, que produce el vacío, las ganas de abrazarlo de un salto. Lo sé, porque yo también padezco de vértigo, y la exploración que hace Peña no sólo es identificable en mi caso, sino hasta extrapolable a cualquier otro miedo, a esa aparente sin razón que converge en uno mismo.
El cineasta se olvida de todas las constricciones de los formatos, de los límites del lenguaje. Los explora para crear un idioma propio, uno que parece un collage personal. Material de archivo, imágenes conceptuales, referencias cinematográficas, entrevistas… Peña se reconstruye a través de la verdad para provocar (¿a?) la mentira. Lo que podría quedarse en otro ejercicio autobiográfico del montón, con sus escasos sesenta y seis minutos de metraje, tambalea la conciencia histórica de cada uno, mediante los vínculos que establece entre sí mismo y su alter ego (¿en qué punto el director deja de ser él mismo? ¿Cuándo el actor se vuelve el director?). Nada que envidiar a ese “Mapa” de León Siminiani, quien tanto y tan poco sabía de su otro yo. Un idílico paisaje en el que suena ecos de los suyos, de sus héroes y hasta de un Miguel Ríos, al que rara vez hemos visto tan humanizado ante la cámara.
“Los Pájaros No Tienen Vértigo” causa vértigo. Por su solvencia, su atrevimiento y por esa sencillez tan ardua de vertebrar, invitando al espectador a ese fondo maravilloso sin límites. A encontrarse con algo que desconocen. Aquellos que busquen un respiro en la experimentación y en lo íntimo, se encontrarán con una de las películas más potentes de este año. Un auténtico must-see que nadie debería perderse.
Lo mejor: La sensatez con la que Jorge Peña se descubre ante todos, detrás de la cámara.
Lo peor: No termina de atenerse a varias de las ramificaciones que propone, siendo algo dispersa por momentos.
Valoración: 9