Los documentalistas de la Sección Oficial reflexionan sobre la situación actual del género, los límites entre la libertad de creación y la industria y las posibilidades de distribución.
Desde sus primeras ediciones, el Festival de Málaga da cuenta de una evidencia que parece hacerse más meridiana cada año: si hubiera que señalar un ámbito en el que el talento cinematográfico aflora con especial fuerza en España y Latinoamérica, ése es el del documental. La sección oficial dedicada al género ofrece en cada convocatoria un buen puñado de películas incontestables, con calidades difíciles de encontrar en los escaparates consagrados a la ficción. Al mismo tiempo, sin embargo, la atención prestada al cine real y sin famosos que sirven los documentales recibe mucha menos atención, mientras que sus canales de distribución son, en comparación, ínfimos. Muchos cineastas, no obstante, optan por el documental dadas las posibilidades artísticas que encierra y las libertades que permite. Así que, a estas alturas, conviene hacerse ciertas preguntas al respecto. Algunos de los documentalistas que visitan estos días la ciudad gracias a su participación en el festival se reunieron ayer en las inmediaciones del Teatro Romano y este periódico aprovechó para hablar con algunos de ellos. Ahí en la foto tienen al venezolano Eliezer Arias (El silencio de las moscas), los brasileños Leo Tabosa (Tubarâo) y Cristiano Burlan (Mataron a mi hermano) y los españoles Adrián Silvestre (Natalia Nikolaevna), Ventura Durall (Els anys salvatges), Bruno López (Mar de fons), Jorge Peña (Escocia), Jordi Morató (El inventor de la selva), Xavier Artigas (Ciudad muerta), Daniel Martín y José Antonio Hergueta (Solsticio) y Augusto Martínez (Juan Marsé habla de Juan Marsé).
Eliezer Arias ha presentado ya a concurso una de las sensaciones del festival, El silencio de las moscas, premiada en otros certámenes como el IDFA de Ámsterdam. La película propone una mirada a las zonas agrícolas de los Andes Venezolanos que cuentan con una de las mayores tasas de suicidios de adolescentes en el mundo. Arias constata que la impresión sobre el talento documental también es patente en Latinoamérica: «Ahora se dice que el documental hace cosas más creativas, mientras que en la ficción todo parecen remakes. A nivel internacional también se acredita una mayor experimentación en el documental, una mayor libertad creativa. Pero el documental también tiene su industria, y un mayor juego comercial, aunque la diferencia sea aún abismal. De todas formas, lo cierto es que la tendencia del documental actual va más por el ensayo, por una línea en que la distinción entre ficción y realidad no parece tan evidente. Y eso es apasionante, porque puedes jugar con las expectativas del espectador, hacerle ver que él mismo puede construir su historia. En la ficción el guión lo amarra todo, pero en el documental se puede jugar con la no linealidad.»
Arias es antropólogo y dedicó nada menos que cuatro años a alumbrar El silencio de las moscas. El director explica que ya conocía a algunas de las familias que aparecen en la película a raíz de una investigación anterior, pero su documental sorprendió mucho por el modo en que abordaba una cuestión bien espinosa: «Me interesaba trabajar mucho asuntos como la memoria, el dolor, el silencio, los estigmas… Ya sabía que la historia era fuerte, pero de lo que se trataba era de decidir cómo contarla. Es curioso, porque muchos esperaban una película más informativa al haberla hecha un antropólogo, mientras que el documental concede una importancia fundamental a las imágenes. La película no da respuestas, sino que hace preguntas, e invita al espectador a que se las haga». Y estas impresiones resultaron luego determinantes en cuanto a la distribución: «La película se estrenó en Ámsterdam y gustó mucho, pero encontramos mucha dificultades para venderla. Primero, por el tiempo: casi todos pedían que la recortáramos. Y segundo, porque muchos la consideraban poco comercial, aunque a la vez admitían sin tapujos que era muy emocionante». Arias propone algunos circuitos alternativos para la exhibición, como las universidades, aunque, paradójicamente, la cadena Cinemax, líder de exhibición en Venezuela, se ha interesado por su película. Y el mismo realizador califica la situación de «inédita». Ahora se trae entre manos un proyecto de ficción, pero también otro proyecto relacionado con la familia de su esposa, de madre asturiana. «Soy antropólogo», concluye: «Inevitablemente, me siento cómodo en el documental».
La opinión de Jordi Morató, responsable de El inventor de la selva, uno de los documentales más aplaudidos de la temporada (y que ofrece un perfil cercano de Josep Pujiula, conocido como el Tarzán de Argelaguer), no es muy diferente: «El documental, por definición, ya implica unas normas de trabajo que te obligan a pensar un poco más allá. Los recursos a nivel de producción son tan limitados que a veces hay que darle la vuelta a esa precariedad. Eso es lo que he intentado con mi película, que parte de mucho material preexistente al que añadí luego el material que yo fui capaz de generar. Creo, no obstante, que algo bueno tienen que tener las producciones pequeñas. En mi caso no tuve a un productor que me impusiera una determinada línea, sino que cuando Isaki Lacuesta e Isa campo vieron el documental ya avanzado y se comprometieron a ayudarme, sin condicionarlo a nivel creativo. Me dieron su consejo más como creadores que como productores». El inventor de la selva es el primer largometraje de Morató, así que, en gran medida, el realizador debuta ahora al afrontar las cuestiones de distribución: «Me estoy volcando en todas las ventanas que salen, quiero sacarlo adelante sea como sea. Mi idea sería, después de esta etapa de festivales, llevar el documental a las salas, aunque sea en circuito pequeños de ciudades como Barcelona y Bilbao. Sería una lástima que tanta gente no pudiera verlo en pantalla grande».
El malagueño Jorge Peña, que presentará el próximo martes Escocia (el seguimiento de una mujer que sufre una enfermedad renal con un diagnóstico terminal y que lucha por mantener vivos sus sueños), comparte la impresión positiva que exhala la Sección de Documentales del Festival de Málaga: «En los pocos días que llevamos ya hemos visto un nivel notable. Pero, sobre todo, lo que podemos comprobar aquí es que el documental no es una forma única de hacer, puede entrañar infinitas formas. Y creo que eso es un valor importante de la Sección de Documentales de Málaga. Puede verse de todo». Y continúa: «Este año se han presentado 450 documentales al festival. Se produce mucho, y eso quiere decir que en esa producción tiene que haber algún talento, ya que predomina la autoproducción y hay muchos menos intermediarios. El problema es que hay muy pocas pantallas, y las pocas que hay están saturadas. Que tu película se vea depende al final de que una televisión decida participar, como nos ha ocurrido a nosotros con TVE. Pero aun así la posibilidad de que la gente acceda a ella es muy reducida. Además, los tiempos no acompañan. Hemos solicitado que la proyecten en Matadero, en Madrid, y nos han dado la posibilidad de hacerlo después del verano, cuando la estamos promocionando ahora, y cuando estamos cogiendo el tirón del Festival de Málaga».
En su análisis, Peña considera urgentes algunos cambios dentro de la industria para que los documentales puedan llegar a un público mayor: «El mayor obstáculo es que las cuotas están muy focalizadas en el cine de EEUU. Y si es difícil entrar para una película de ficción española, para un documental ni te cuento. A lo mejor hay un par de documentales al año que llegan a las salas. El ICAA financió en 2012 cuatrocientas películas, de las que se estrenaron trescientas. Eso significa que otras cien se quedaron en el limbo. Tendría que cambiar la política de coeficientes en sala, y tendría que haber más apoyo de las televisiones a este tipo de cine, no sólo al cine de ficción». Mientras tanto, el talento fluye. Compruébenlo.